Un día cualquiera del otoño de 1986, San Roque en persona, perpetuo vagabundo amistado con un perrillo rabón, llegó a la franquicia del viejo burgo de Compostela. Venía el santo fatigado de la vagancia por geografías exóticas y de la inclemencia terca de los caminos. Encontró acogida, mantel y reposo en la taberna que dicen La Bodeguilla, que en aquel momento era todavía tasca recién abierta en la vecindad del barrio santiagués que tiene por nombre el del santo peregrino. Cuando más tarde Roque salió al sortilegio de la luz de las rúas compostelanas, se sentía tan confortado y feliz que, al mismo tiempo que acariciaba al can compañero, deseó largos días de bonanza para tan gentil cantina e hizo aún galano de su onomástica para el rótulo del establecimiento. Desde entonces, este singular emblema de la hostelería compostelana lleva por rótulo Bodeguilla de San Roque.Tiene asiento de honra esta taberna entre las piedras nobles de Compostela, en las cercanías, también pétreas, del Centro Galego de Arte Contemporánea, del monasterio de Sta. Clara y la Costa das Rodas, y su clientela encuentra allí una ventana que desde el reino de la gastronomía, permite mirar hacia territorios poblados por sueños placenteros y hermosos: el emporio de la cocina tradicional, el de los ibéricos y el de los quesos, el de los productos finos de temporada y también el de los vinos más competentes y sosegados. Pero con todo, la riqueza mayor de la Bodeguilla de San Roque se construye con mimbres de diálogo cordial entre gentes amigas en horas que, a la postre, han de ser las más amables del humano existir. Quien pasa por esta taberna guarda una perenne memoria de la gran hermosura del País, asentada, más que nada, sobre la fascinación enorme del paladar.