El hombre mono buscó cobijo en la cueva que llevaba habitando muchos ciclos lunares. Desde el refugio natural, a los pies de una pequeña colina, se intuye el mar. Sonríe al entrar con ese gesto tan jovial propio de un cromagnon, y da las buenas noches en un susurro monosílabo. Apoya la cachiporra junto a su rincón habitual -ha perdido la lanza-, y pasea la mirada por el grupo.Siempre se pone un poquito sentimental cuando llega. No es que se le empañen los ojos, no; pero sí que se le hace un pequeñito y agradable nudo en la garganta: está por fin entre los suyos, relajado, protegido y feliz; alejado por un rato de las exigencias del exterior, antes de tener que regresar a aventurarse en la supervivencia cotidiana.Se sienta junto a sus congéneres mientras se hacen carantoñas con la mano abierta y se tiran de los pelos cariñosamente, golpes en la espalda, arrumacos cercanos.Piensa por un momento en el puto búfalo que esa misma tarde casi lo parte en dos. ¡Cabrón de mierda! ¡Qué más le daba a él! ¡La próxima temporada de apareamiento podía haber tenido otro ternerito! ¡No era el fin del mundo! Esto iba pensando mientras corría como alma que lleva el diablo a escasos centímetros de los cuernos más grandes y afilados que había visto nunca. Fue huyendo de este enojado padre cuando perdió la jabalina. Consiguió ponerse a salvo entre arbustos de largas púas. Unos pocos segundos se le hicieron eternos.Pero, para qué seguir pensando en ello. Ahora estaba con su gente, confiando en que el ritual de las pinturas le diese suerte en la próxima cacería (aunque la lanza que usase fuese prestada).Le dio un trago al zumo fermentado y le pegó un buen bocado al solomillo de rino que se estaba asando al fuego. ¡Oh, sí! ¡Esto es vida! Y otro trago...Mientras se saciaba de líquido y sólido escuchaba lo que los demás contaban. Siempre surgen conversaciones interesantes alrededor de la hoguera. Aunque a veces puedan ser un pelín aburridas, en otras ocasiones te echas unas risas. Y así fue esa noche...Pero ya era hora de irse. El tiempo se alarga y se encoge a su capricho. Hizo un adiós general, apuró el vaso y salió por la puerta, no sin antes echarle un ojo a la librería y hacerse con un libro de 3 euros.Y cuando salió, el mastodonte de 25 plantas todavía estaba allí.