"Al referirse a esta peculiar casa de comidas más que de un restaurante en toda regla, cabe hablar de una tasca de lujo entendiendo por tal no una puesta en escena que alegra la vista ni la posibilidad de encontrarte con una oferta de manjares espectaculares de los que presumen las delicatessen sino con el siempre agradable hecho de respirar un ambiente familiar dicharachero, que se transmite y de que manera en los fogones. El Ariño es de esos contados locales que se merecen figurar en una guía de grandes cocinas caseras buenas y baratas, manual que tanto echan en falta las personas cabales y de paladar curtido.Valentín el casi jubilado jefe que sigue haciendo sus experimentos culinarios en la trastienda, es todo un personaje que ameniza con sus historias el menú que elabora su hija Garbiñe, cocinera que tiene un mano espléndida para los guisos y salsas. Su hermano Gaizka es quien se encarga de atender las mesas con gran simpatía y siempre fiel al temperamento de su padre.El anfitrión vizcaíno del valle de Atxondo y hermano de los legendarios pelotaris García Ariños, fue mecánico antes de ponerse el delantal y es, entre otras cosas, un consumado “setero” además de un cachondo. Aún despliega su sabiduría con las galampernas, los pies azules, los perretxikos, … que recolecta y sirve magistralmente a la clientela después de pasar por la plancha y dar un toque de aliño memorable; o con los carnosos pimientos entreverados que selecciona con lupa en las áreas cercanas y que somete al soplete para conservar su textura.Dice, a su edad, que en la testa tiene plata, en la barriga oro y en las partes bajas plomo. Uno cree que es un personaje envidiable que siente pasión por lo que hace y por lo que ofician en la casa. No es para menos, pues los fritos son finísimos, las manos de ministro y las patitas de cordero de una melosidad arrebatadora, las alubias pura mantequilla, el chuletón de 1 kilate y la tarta de queso de atracón."